Tuve esta terrible duda durante mucho tiempo, tanto en mi primer embarazo como en el segundo.
Por ello, si me permitís, en esta ocasión en que me corresponde a mí escribir la entrada del blog me gustaría hacerlo desde mi experiencia como madre.
A mi primer bebé -de 42 semanas (inducción por placenta envejecida, 21 días ingresado) - no le pude amamantar. No succionó de mi
pecho ni siquiera un instante. Recuerdo cómo lloraba y se ofuscaba contra mí, y la esforzada enfermera
de neonatos (estaba ingresado por sepsis respiratoria, después por
una infección contraída con un catéter) me repetía que no había manera, que tenía los pechos
impracticables, hinchados y duros como una piedra, y los pezones planos. “¡Así
es imposible que se prenda!”, me decía. Y tenía razón. Era imposible.
Hubiera necesitado
saber cómo manejar y aliviar la plétora, la hinchazón, el dolor, abordar un plan para atenuar la separación física de mi bebé. (Cada vez que lo pienso... pasé las primeras 24 horas sin extraerme ni una gota!! Y luego, me extraía leche para los biberones que le daban, dos veces nada más, eso sí, mucha cantidad en cada extracción).
También hubiera deseado prever el efecto que la separación de mi bebé y la medicación durante el parto iba a provocar en mis pechos, contribuyendo a su hinchazón. Y de paso solicitar por favor que le quitaran aquel enorme chupete de caucho, tres tallas mayores que su boca, que le consolaba en mi ausencia. Pero nadie sabíamos nada entonces (hace 19 años), ni siquiera mi madre, nadie me lo advirtió. Las buenas enfermeras me hablaron de aplicar frío. Hielo entre visitas al lactario. Más adelante supe que además hubiera necesitado calor y masajes...; y sobre todo extraerme la leche muy a menudo, al menos 6/8 veces al día,
no dos o tres extracciones al día. Pero lo que más hubiera necesitado entonces era saber que no había nada fallido o inútil en mi cuerpo, que mi pecho simplemente no podía estar de otro modo, con aquella retención de líquidos y sin un bebé que mamase cada poco rato. Que era una situación no deseable, pero de (relativa) fácil solución.
Ajena a ésto me extraje la leche dos o tres veces al día durante varias jornadas, ya en mi casa, para que las enfermeras se la dieron a mi hijo, ingresado en neonatos, y finalmente, tras una mastitis aguda
y dos abcesos, el médico me retiró la leche. Mi bebé seguía ingresado allí y ambos permanecíamos separados. Pareció lo mejor, aunque yo no lo viví así.
El caso es que tuve la certeza de que "la culpa" de aquel
fracaso (en mi ánimo estaba un enorme deseo de amamantar a mi bebé) era mía: mejor dicho, de mis pechos y de mis pezones, de no tenerlos “como dios
manda” para ser manejados y succionados por mi bebé. En mi cabeza resonaba la
voz de la enfermera que me intentaba acoplar el bebé al seno. Su
frustración, y la mía. Mi sentimiento de inutilidad e impotencia. Así que cuatro años
después, con la llegada de mi segunda hija, me preparé, me informé, me armé de
recursos, información y argumentos para conseguir mi propósito, aunque
no terminaba de creerme capaz. Temía –con razón- que mis pechos y pezones podían de nuevo "fallar". Pero algo tenía claro: el pecho endurecido se puede (y se debe) ablandar y la certeza de que podía producir leche.
De nuevo me enfrenté a una situación no ideal cuando nació
mi segunda hija, pero esta vez iba preparada. Había averiguado qué tenía que hacer
para evitar la plétora (Gracias a “la Liga de La Leche”, entre otras fuentes fiables donde encontré
información y apoyo). Cómo manejar la ingurgitación, la importancia de poner a mi bebé al
pecho desde el inicio, sin esperar a que llore, y muy frecuentemente, y de no limitar
tiempos en las tomas. Los masajes, la ayuda de la extracción para
aliviar la salida de leche si mi bebé no se despertaba… El probar posiciones para encontrar la que nos viene bien a ambas... Leí que no siempre es instantáneo, a veces es cuestión de perseverancia y de paciencia. Eso me reconfortó, pues me dio esperanza y confianza en mis posibilidades. Si algo iba mal... podría revertirlo con tiempo, empeño y apoyo.
Aún así tuve que recurrir a las pezoneras unos días que se me hicieron eternos, y casi casi
sentí que no lo iba a lograr, que mi hija no aceptaría el pezón, pero al fin ella
decidió por mí, y mamó. Se prendió una y otra vez y las cosas fluyeron. ¡Fue un momento
glorioso cuando la pude amamantar! El pezón se adaptó a
su boquita, y viceversa. Y ya lo demás es historia... Una lactancia plena, hasta
que ella y yo quisimos.
Con mi tercera hija (la bebé de las fotos), ni siquiera me planteé
esta cuestión de la idoneidad de mis pechos. De sobra sabía hasta qué punto los bebés y los pechos se adaptan
unos a otros, se necesitan y se acoplan. Por experiencia propia, por mi formación en LLL y por la
experiencia de otras muchas madres que hemos conocido en las reuniones, y en el
ámbito del apoyo como monitoras.
Hoy en día por fortuna las mamás podemos aumentar nuestra confianza al compartir
buena información y apoyo mutuo, a través de actividades y reuniones, internet, las redes sociales, móviles.... Los profesionales cuentan con la posibilidad de
acceder a una mejor formación y de compartir experiencias. También tienen sus listas de correo y sus recursos informáticos. Es un momento en el que algunos mitos de la lactancia
han ido cediendo. Sin embargo… Aún muchas madres continúan preguntándose si sus pechos sirven para amamantar. Aún muchas mujeres desconfían y consideran que probablemente no serán válidas para la lactancia (como le pasó a su madre, a su hermana, a su amiga... Es un temor que se propaga y contagia). Que sus pezones pueden ser “inadecuados para dar el pecho”: planos, o invertidos, o demasiado grandes o demasiado pequeños. Que sus senos no producen suficiente calostro y/o leche, y que su forma o tamaño son incompatibles con su bebé. Caramba, ¿cuántas de nosotras podemos decir que no hemos tenido esos temores -o certezas- alguna vez?
Bien, ahora hay estudios, evidencias; sabemos y podemos estar seguras de que el tamaño de nuestros senos no importa. El tamaño de los pezones no es importante. Sí, es verdad que algunas formas y tamaños pueden requerir un poco más de esfuerzo y paciencia, especialmente al inicio, pero... la lactancia casi siempre es posible.
Y el éxito de la lactancia no sólo depende de la madre y sus pechos. El bebé tiene mucho que aportar: nace para mamar y dispone de diversos reflejos innatos que le ayudarán a hacerlo bien, por difícil que sea su parto. Son supervivientes y no van a tirar la toalla fácilmente. Nosotras contamos además con nuestros propios instintos, que nos van a guiar en muchas situaciones.
Creo que las madres sabemos bien que no está en nuestras manos que todo salga perfecto, tal y como imaginamos y esperamos, pero es importantísimo para nosotras saber que sí podemos buscar, encontrar y recibir información y apoyo en nuestro entorno para afrontar y superar cada pequeño reto que encontremos durante la lactancia de nuestros hijos.
Ana Isabel Barriga
Madre de Diego, Laura y Jimena y
Monitora de LLL en Valladolid
Madre de Diego, Laura y Jimena y
Monitora de LLL en Valladolid
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ALGUNOS RECURSOS DE UTILIDAD
QUÉ HACER SI...
Nuestros pezones son planos.
Un pezón plano es un pezón corto que no sobresale, pero se puede hacer más prominente frotándolo, o se le puede proyectar hacia adelante usando el dedo índice (que empujará el pezón desde abajo). En cualquier caso el bebé lo encontrará y succionará, guiándose por la textura, el color y el olor.
En el tiempo en que madre y bebé se acoplan y la lactancia se establece es importante evitar el uso de biberones, ya que las tetinas son más largas y le resultan fáciles de chupar. Puede ocurrir que el bebé prefiera su succión.
En ocasiones , si nada parece funcionar, puede recurrirse al uso de una pezonera, aunque en ese caso conviene asesorarse por alguien experto sobre su uso.
A veces no hay un pezón corto o plano, sino que lo parece al estar la mama ingurgitada (hinchada). En ese caso conviene ablandarla con una presión suave*. (se describe en enlaces).
Si nuestros pezones son invertidos.
Un verdadero pezón invertido
se hunde hacia adentro y no sobresale. Es interesante intentar amamantar después de manipular el pezón:
- con la mano.
- con un dispositivo que haga el vacío y tire del pezón hacia fuera,
- con el extractor o sacaleches,
y ofrecer inmediatamente el pecho al bebé.
¿Y si son pezones ovalados o muy grandes?.
Conviene ofrecer el pecho al bebé de manera que la medida más larga quede de extremo a extremo de su boca. Si nuestro bebé tiene la boca demasiado pequeña para el pezón, con el tiempo crecerá. Mientras, se puede extraer leche (manualmente o con el extractor) para mantener la producción y alimentar bien al bebé. Al crecer, la boquita de nuestro bebé y nuestro pezón acabarán acoplándose.
Información extraída del libro: "El Arte Femenino de Amamantar", Ed. 2011,
La Liga de La Leche Internacional.
Enlaces de Interés:
LIGA DE LA LECHE INTERNACIONAL (en español)
Preparación de pechos y pezones para la Lactancia, ¿es necesaria?
LIGA DE LA LECHE ESPAÑA
COMITÉ DE LACTANCIA MATERNA de la AEP
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