jueves, 2 de noviembre de 2017

'Las abuelas no me entienden'



Hay una cosa que se ve de manera recurrente, casi podría decir que permanente, en todas las lactancias: el importantísimo papel que juegan las abuelas. Sus opiniones e intervenciones, por su presencia o ausencia, pueden influir en el desarrollo de la lactancia de formas insospechadas y, a veces, muy, muy intensas.

Aquí, antes de meterme un poquito más en materia, creo que debo incidir en que existen dos tipos de abuelas separadas por una brecha generacional importante: 

Están, por un lado, las abuelas más mayores, que aún recuerdan fácilmente haber mamado de sus madres hasta los cuatro, cinco años o más. O que recuerdan haber mamado de una tía o vecina, o que recuerdan a su madre amamantando al hijo de otra mujer. Estas son las abuelas que vivieron en una época en la que la lactancia no es que fuera la mejor opción: es que era la única disponible, y siempre, siempre, se abría camino, porque lo contrario tendría resultados nefastos.

Por otro lado, están las abuelas más jóvenes, las que fueron madres durante los 70, 80 y 90. Las que vivieron de pleno el boom del biberón, esas madres a quienes muchos pediatras llegaron a decir que la leche de fórmula alimentaba más que la leche del pecho (de la misma manera que un par de décadas antes los médicos recomendaban fumar porque era bueno para la salud), cosa que resultaba evidente porque los bebés, claramente, engordaban más. Y en una cultura en la que el hambre de la posguerra aún tenía un peso importante, un bebé más gordo solía ser sinónimo de un bebé más sano. Al menos entendiendo por sano "con más posibilidades de sobrevivir". Sin duda, es mucho peso.

Estas últimas madres, ahora abuelas de nuestros hijos, son las madres a quienes dijeron aquello de que el pecho se daba cada tres horas, diez (o quince) minutos de cada pecho. Las madres que "se quedaban sin leche" a los tres meses y tenían que meter de inmediato fórmula ante la hipotética amenaza de la desnutrición del bebé. Y he de añadir que, vistas las recomendaciones de la época, que muchas llegaran a los tres meses de lactancia me parece rayano en la heroicidad.

¿Y cómo influyen las experiencias de las abuelas en nuestras lactancias?


Como digo, pueden influir de muchas maneras. 

Las primeras abuelas, aquellas que recuerdan haber mamado y amamantado como lo más normal del mundo, suelen ser más tranquilas en lo que respecta a la alimentación del bebé al pecho, porque han tenido cultura del amamantamiento. Aunque ninguna está del todo exenta de esas ideas que llegaron a posteriori, que se asociaban además al modernismo y a un buen nivel socio-cultural, entienden la lactancia como algo posible y natural.

Cuando nos transmiten experiencias y anécdotas, suelen resultar reconfortantes y aportarnos mucha seguridad. Una especie de "si ellas podían, ¿por qué no voy a poder yo?". Nos aportan una visión relajada y tranquila, desdramatizan muchas de las pequeñas preocupaciones modernas que rodean a la alimentación del bebé y simplifican (y facilitan) el proceso.

Las segundas abuelas, aquellas que criaron en la época de oro de la leche de fórmula, tienen unas creencias, normalmente, profundamente arraigadas y, además, basadas en la preocupación y el miedo por la salud del bebé. Son madres que seguían, muchas veces, a pies juntillas una interminable lista de intervenciones que hacían serio daño a la lactancia materna (eso aquella que, a pesar de todo, quería amamantar). Recomendaciones como dar biberones de agua "porque la leche no quita la sed", dar infusiones varias (anises, manzanilla) a los bebés para los gases, introducir cereales a los cuatro meses o incluso menos edad... Y, por supuesto, la consabida "no dejar que el bebé te use de chupete", porque eso "crea vicio" y "luego el niño será dependiente toda la vida". Esto sin entrar a las restricciones (en ocasiones muy estrictas) de contacto físico ("no lo cojas en brazos, que se acostumbra") ni volver a mencionar las restricciones horarias, que a veces llegaban a hablar de amamantar sólo cuatro veces al día a partir del mes de edad.

Estas abuelas, claro, también influyen en nuestras lactancias, a través (igual que las anteriores) de sus propias experiencias y anécdotas, solo que estas tienen un efecto diferente, porque no suelen transmitir tranquilidad y naturalidad, sino más bien al contrario: nos cuentan aquellos miedos y preocupaciones a los que ellas hubieron de enfrentarse en su día. Evidentemente, es cuanto nos pueden transmitir: su propia experiencia. Una madre recién estrenada, muchas veces, recibe estas preocupaciones con una entonación crítica y, como reacción lógica, surge una actitud defensiva. Esto puede resultar en un desastre porque, no solo puede verse afectada de alguna manera nuestra lactancia, sino también nuestra propia relación con esa abuela.

Cuando el intercambio de experiencias se nos presenta claramente favorable, todo es fácil. Pero cuando los consejos que recibimos van contra la información que hemos recopilado para tener una lactancia de éxito, algunas madres se sienten profundamente atacadas y preocupadas, porque dudan de sus decisiones y de su propia capacidad o, si no dudan, entonces pueden desarrollar sentimientos negativos hacia la otra persona.

¿Y qué podemos hacer, entonces?


Creo que una parte importante es cobrar consciencia de que, cuando una abuela comparte contigo sus experiencias y preocupaciones, está compartiendo una de las partes más importantes de su vida: su maternidad. Es un gesto íntimo, bonito y esencial en la transmisión de las costumbres a lo largo de toda la historia del ser humano.

El primer paso es no recibirlo como un ataque hacia nuestra persona, nuestras creencias o nuestra manera de hacer las cosas, sino simplemente como un intercambio de conocimientos, de sabiduría femenina. Siempre podemos elegir coger lo que nos sirve, y dejar el resto, sin necesidad de entrar a ningún enfrentamiento.

Muchas veces, mostrar interés por la experiencia de maternidad de las abuelas e incluso hacerles preguntas, nos hace encontrar puntos en común que nos ayuden a llevar la conversación a algún lugar que sea constructivo para ambas. En ocasiones, incluso, hacer preguntas ayuda a que la abuela (sola) se dé cuenta de que su experiencia no finalizó con una lactancia próspera, por lo que puede que sus experiencias no sean las más favorables para el objetivo que nosotras buscamos.

Por último, el ejemplo es el arma más poderosa que tenemos. Podemos lapidar casi cualquier discusión con un "yo respeto tu maternidad, por favor, repeta tú la mía". Pero solo podemos esgrimir este arma si de verdad respetamos la maternidad de esta abuela. Si entramos a criticar sus decisiones, será luego más difícil pedir que no se critiquen las nuestras. Si, por el contrario, mostramos empatía y, mejor aún, empatizamos realmente. El respeto y la reciprocidad son siempre dos buenos pilares sobre los que construir cualquier conversación.

Si nada funciona, y se sostiene una situación que nos hace sentir mal, siempre podemos probar la estrategia de hablar abiertamente: "Me he informado mucho para tomar estas decisiones, que considero las mejores para mi bebé, y me gustaría que me respetaras". Y, si sigue sin funcionar, aunque no es lo mejor... El silencio, a veces, puede ser un gran aliado.

Pero si pudiera pediros algo, os pediría que, como sea, no guardéis rencor e intentéis quedaros con la belleza de una madre transmitiendo sus propios conocimientos (aunque no sean los que nosotras buscamos). La temprana maternidad es demasiado corta y bonita como para empañarla con cosas que, dentro de unos años, probablemente, poco importarán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario